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manchado por el pecado, pues tienes un remedio tan a mano y tan fcil. La leona que se ha
acercado al leopardo, corre presto a lavarse, para sacar de s el mal olor que este contacto
ha dejado en ella, a fin de que, cuando llegue el león no se sienta, por ello, ofendido e
irritado; el alma que ha consentido en el pecado ha de tener horror de s misma y ha de
lavarse cuanto antes, por el respeto que debe a la divina Majestad, que le est mirando. Por
qu pues, hemos de morir de muerte espiritual, teniendo, como tenemos, un remedio tan
excelente?
Confisate devota y humildemente cada ocho das, aunque la conciencia no te acuse de
ningn pecado mortal; de esta manera, en la confesión, no sólo recibirs la absolución de
los pecados veniales que confieses, sino tambin una gran fuerza para evitarlos en adelante,
una gran luz para saberlos conocer bien y una gracia abundante para reparar todas las
prdidas por ellos ocasionados. Practicars la virtud de la humildad, de a obediencia, de la
simplicidad y de la caridad, y, en este solo acto de la confesión, practicars ms virtudes
que en otro alguno.
Ten siempre un verdadero disgusto por los pecados confesados, por pequeos que sean, y
haz un firme propósito de enmendarte en adelante. Muchos confiesan los pecados veniales
por costumbre y como por cumplimiento, sin pensar para nada en su enmienda, por lo que
andan, durante toda su vida, bajo el peso de los mismos, y, de esta manera, pierden muchos
bienes y muchas ventajas espirituales. Luego, si confiesas que has mentido aunque sea sin
dao de nadie, o que has dicho alguna palabra descompuesta, o que has jugado demasiado,
arrepintete y haz el propósito de enmendarte; porque es un abuso confesar un pecado
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mortal o venial sin querer purificarse de l, pues la confesión no ha sido instituida ms que
para esto.
No hagas tan sólo ciertas acusaciones superfluas, que muchos hacen por rutina: no he
amado a Dios como deba; no he rezado con la debida devoción; no he amado al prójimo
cual conviene; no he recibido los sacramentos con la reverencia que se requiere, y otras
cosas parecidas. La razón es, porque, diciendo esto, nada dices, en concreto, que pueda dar
a conocer a tu confesor el estado de tu conciencia, pues todos los santos del cielo y todos
los hombres de la tierra podran decir lo mismo, si se confesaran. Examina, pues, de qu
cosas, en particular, hayas de acusarte, y, cuando las hubieres descubierto, acsate de las
faltas cometidas, con sencillez e ingenuidad. Te acusas, por ejemplo, de que no has amado
al prójimo como debas; lo haces porque has encontrado un pobre necesitado, al cual
podas socorrer y consolar, y no has hecho caso de l? Pues bien, acsate de esta
particularidad y di: he visto un pobre necesitado, y no lo he socorrido como poda, por
negligencia, o por dureza de corazón, o por menosprecio, segn conozcas cul sea el
motivo del pecado. Asimismo, - no te acuses, en general, de no haberte encomendado a
Dios con la devoción que debas; sino que, si has tenido distracciones voluntarias o no has
tenido cuidado en elegir el lugar, el tiempo y la compostura requerida para estar atento en la
oración, acsate de ello sencillamente, segn sea la falta, sin andar con vaguedades, que
nada importan en la confesión.
No te limites a decir los pecados veniales en cuanto al hecho; antes bien, acsate del motivo
que te ha inducido a cometerlos. No te contentes con decir que has mentido sin daar a
nadie; di si lo has hecho por vanagloria, para excusarte o alabarte, en broma o por
terquedad. Si has pecado en las diversiones, di si te has dejado llevar del placer en la
conversación, y as de otras cosas. Di si has persistido mucho en la falta, pues,
generalmente, la duración acrecienta el pecado, porque es mucha la diferencia entre una
vanidad pasajera, que se habr colado en nuestro espritu por espacio de un cuarto de hora,
y aquella en la cual se habr recreado nuestro corazón, durante uno, dos o tres das. Por lo
tanto, conviene decir el hecho, el motivo y la duración de los pecados, pues, aunque,
ordinariamente, no tenemos la obligación de ser tan meticulosos en la declaración de los
pecados veniales, ni nadie est obligado a confesarlos, no obstante, los que quieren
purificar bien sus almas, para llegar ms fcilmente a la santa devoción, han de ser muy
diligentes en dar a conocer al mdico espiritual el mal, por pequeo que sea, del cual
desean ser curados.
No dejes de decir nada de lo que sea conveniente para dar a conocer la calidad de la ofensa,
como el motivo por el cual te has puesto airada o por el cual has permitido que alguna
persona perseverase en su vicio. Por ejemplo, un hombre que me es antiptico me dice en
broma, alguna ligereza; yo lo llevo a mal y me pongo airada; en cambio, si otro, con quien
simpatizo, me dice algo peor, lo recibir bien. No me olvidar, pues, de decir: he
pronunciado algunas palabras airadas contra una persona, porque me ha enojado por una
cosa que me ha dicho, mas no por la clase de palabras, sino porque me es antiptica. Y, si
es necesario particularizar las frases que hubieses dicho, para explicarte mejor, hars bien
en decirlas, porque, acusndote ingenuamente, no sólo descubres los pecados cometidos,
sino tambin las malas inclinaciones, las costumbres, los hbitos y las dems races del
pecado, con lo que el padre espiritual adquiere un conocimiento ms perfecto del corazón
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que trata y de los remedios que necesita. Conviene, empero, en cuanto sea posible, no
descubrir la persona que haya cooperado a tu pecado.
Vigila sobre una infinidad de pecados que, con mucha frecuencia, viven y se enseorean
insensiblemente de la conciencia, porque as los confesars mejor y te purificars de ellos;
con este objeto, lee atentamente los captulos vi, xxvII, XXVIII, XXIX, XXXV y XXXVI
de la tercera parte y el captulo vIII de la cuarta parte.
No cambies fcilmente de confesor, sino, una vez hayas elegido uno, contina dndole
cuenta de conciencia, los das destinados a ello, confesndole ingenua y francamente los
pecados que hubieres cometido, y, de vez en cuando, por ejemplo cada mes, o cada dos
meses, dale tambin cuenta del estado de tus inclinaciones, aunque no te hayan inducido a
pecado, como si te sientes atormentado por la tristeza o por el tedio, o si te dejas dominar
por la alegra, por los deseos de adquirir riquezas o por otras parecidas inclinaciones.
CAPTULO XX
DE LA COMUNIN FRECUENTE
Se cuenta de Mitrdates, rey del Ponto, que, habiendo inventado el mitrdato, de tal
manera reforzó con l su cuerpo, que como hubiese intentado ms tarde suicidarse, para no
caer en la servidumbre de los romanos, nunca pudo lograrlo. El Salvador ha instituido el
augustsimo sacramento de la Eucarista, que contiene realmente su carne y su sangre, para
que quien le coma viva eternamente; por esta causa, el que usa de l con frecuencia y con
devoción, de tal manera robustece la salud y la vida de su alma, que es casi imposible que
sea envenenado por ninguna clase de malos efectos. Es imposible alimentarse de esta carne
y vivir con afectos de muerte. Porque, as como los hombres del paraso terrenal podan no
morir, por la fuerza de aquel fruto de vida que Dios haba puesto all, de la misma manera
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