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médicos del hospital lo sienten con mucha mayor fuerza que yo mismo. Saben los
numerosos casos psicóticos que han podido ser curados gracias a que somos capaces
de leer las mentes. Mientras tanto... -y se encogió de hombros.
-Lo que necesitamos es un nuevo país -dijo Burkhalter, que se había quedado mirando
hacia el norte.
-Lo que necesitamos es un nuevo mundo. Y algun día lo tendremos.
Una sombra se dibujó en la puerta. Los dos hombres se volvieron. Una pequeña figura
se encontraba allí; era un hombre pequeño y algo grueso, de pelo rizado y corto y suaves
ojos azules. La daga que pendía de su cinto parecía algo incongruente, como si aquellos
dedos regordetes fueran incapaces de sostener con fuerza la empuñadura del arma.
Ningún Calvo leeria a propósito la mente de un no telépata, pero se produce un
reconocimiento instintivo entre los Calvos. Así es que tanto Burkhalter como Health se
dieron cuenta instantáneamente de que el extraño era un telépata... y después, tras aquel
pensamiento, se dieron cuenta con asombro de la vaciedad del lugar donde tenían que
estar los pensamientos. Era como avanzar sobre el hielo duro y darse cuenta de pronto
de que aquello no era más que agua clara. Sólo unos pocos hombres podían guardar sus
mentes por completo de aquella forma. Eran los Mudos.
-Hola -dijo el extraño, adelantándose y apoyándose en la esquina de la mesa-. Veo
que me conocen. Mantendremos la conversación oralmente, si no les importa. Puedo leer
sus pensamientos, pero ustedes no pueden leer los míos -sonrió burlonamente,
añadiendo-: No vale la pena preguntarse por qué, Burkhalter. Si usted lo supiera, los
paranoides también lo sabrían. Bien, me llamo Ben Hobson -se detuvo y continuó al cabo
de un instante-. Problemas, ¿verdad? Bien, ya abordaremos eso más tarde. Ahora,
permítame que les diga lo que tengo que decirles.
Burkhalter envió una mirada de soslayo hacia Heath.
-Hay paranoides en el pueblo. No diga demasiadas cosas, a menos que...
-No se preocupe. No lo haré -aseguró Hobson-. ¿Qué saben sobre los Marginados?
-Son descendientes de tribus nómadas que no se unieron a los pueblos después de la
Explosión. Una especie de gitanos. Gentes de los bosques. Bastante amistosos.
-Correcto -dijo Hobson-. Ahora, lo que les voy a decir es conocido en general, incluso
entre los paranoides. Ustedes también deben saberlo. Hemos detectado algunas células
entre los Marginados... Calvos. Todo empezó por puro accidente, hace unos cuarenta
años, cuando un Calvo llamado Linc Cody fue adoptado por los Marginados y criado por
ellos sin que éste conociera cuál era su herencia. Más tarde lo descubrió. Él vive aun con
los Marginados, y también sus hijos.
-¿Cody? -pregunto Burkhalter con lentitud-. He oído contar historias sobre el Cody...
-Propaganda psicológica. Los Marginados son bárbaros. Pero queremos que
mantengan una actitud amistosa, y queremos también que despejen el camino para
unirnos a ellos si algún día llegara a ser necesario. Hace veinte años, comenzamos a
construir en los bosques un símbolo viviente que sería aparentemente un chamán y, en
realidad, un delegado para nosotros. Utilizamos una farsa. Linc Cody se vistió con un
traje apropiado, le entregamos artilugios y finalmente los Marginados mismos crearon la
leyenda de Cody... una especie de espíritu benevolente de los bosques que actúa como
un controlador sobrenatural. Él les gusta a ellos, le obedecen y le temen; especialmente
porque puede aparecer en cuatro lugares al mismo tiempo.
-¿Cómo es eso? -preguntó Burkhalter.
-Cody tuvo tres hijos -explicó Hobson, sonriendo-. Es a uno de ellos a quien ustedes
verán hoy. Su amigo Selfridge ha organizado un pequeno complot. Cuando esa
delegación de Marginados llegue aquí, esta previsto que uno de sus jefes le asesine. Yo
no puedo interferir personalmente en el asunto, pero Cody lo hará. Es necesario que
usted siga el juego. No demuestre en modo alguno que espera tener problemas. Cuando
Cody aparezca, todos los jefes quedarán muy impresionados.
-¿No habría sido mucho mejor no decirle a Burkhalter lo que le espera? -preguntó
Heath.
-No, y por dos razones. Él puede leer las mentes de los Marginados, le doy carta
blanca en eso; y, además, debe seguir el juego a Cody. ¿De acuerdo, Burkhalter?
-De acuerdo -asintió el cónsul.
-Entonces me marcho -dijo Hobson, irguiéndose y sonriendo aún-. Buena suerte.
-Espere un momento -pidio Heath-. ¿Qué me dice de Selfridge? [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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