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Cambises, criminalmente preso del amor de una de sus hermanas, a
quien quería tomar por esposa, viendo que iba a hacer en esto una cosa
nueva y repugnante a la nación, después de convocar a los jueces re-
gios les pregunta si alguna de las leyes patrias ordenaba que un herma-
no casara con su hermana queriéndola tomar por esposa: estos jueces
regios o consejeros áulicos son entre los Persas ciertos letrados escogi-
dos de la nación, cuyo empleo suele de suyo ser perpetuo, sino en caso
de ser removidos en pena de algún delito personal22. Su oficio es ser
intérpretes de las leyes patrias y árbitros en sus decisiones de todas las
controversias nacionales. Pero más cortesanos que jueces en la res-
puesta dada a Cambises, no protestando menos celo de la justicia que
atendiendo a su propia conveniencia, dijeron que ninguna ley hallaban
que ordenase el matrimonio de hermano con hermana, pero si hallaban
una que autorizaba al rey de los Persas para hacer cuanto quisiese. Dos
ventajas lograban de este modo la de no abrogar la costumbre recibida,
temiendo que Cambises no los perdiera por prevaricadores, y la de
lisonjear la pasión del soberano en aquel casamiento, citando una ley a
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Esta hermana a quien mató Cambises en Egipto, se llamaba Meroe, y su
hermana mayor, y mujer también suya, era Atosa. El ejemplo de Cambises
abrió la puerta a todo género de incesto entre los Persas, que cerrando los ojos
al horror de la naturaleza y al grito de la razón, no reconocían parentesco algu-
no, aun en primer grado, que les impidiera el matrimonio.
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Estos consejeros de Estado, en número de siete, parece que seguían siempre
la corte y el soberano, si bien algunos más residirían quizá ya en una, ya en
otra provincia del imperio, según la urgencia de los negocios. El despotismo de
los monarcas y la arbitrariedad de los sátrapas no debía permitir en los jueces
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Herodoto de Halicarnaso donde los libros son gratis
favor de su despotismo. Casóse entonces Cambises con su hermana, de
quien se había dejado prendar, y sin que pasara mucho tiempo, tomó
también por esposa a otra hermana, que era la más joven de las dos, a
quien quitó la vida habiéndola llevado consigo en la jornada de Egipto.
XXXII. La muerte de esta princesa, no menos que la de Esmerdis,
se cuenta de dos maneras. He aquí cómo la cuentan los Griegos: Cam-
bises se entretenía en hacer reñir entre sí dos cachorritos, uno de león y
otro de perro, y tenía allí mismo a su mujer que los estaba mirando.
Llevaba el perrillo la peor parte en la pelea; pero viéndolo otro perrillo
su hermano, que estaba allí cerca atado, rota la prisión, corrió al soco-
rro del primero, y ambos unidos pudieron fácilmente vencer al leonci-
llo. Dio mucho gusto el espectáculo a Cambises, pero hizo saltar las
lágrimas a su esposa, que estaba sentada a su lado. Cambises, que lo
nota, pregúntale por qué llora, a lo que ella responde que al ver salir el
cachorro a la defensa de su hermano, se le vino a la memoria el desgra-
ciado Esmerdis, y que esta triste idea, junto con la reflexión de que no
había tenido el infeliz quien por él volviese, le había arrancado lágri-
mas. Esta vehemente réplica, según los Griegos, fue el motivo por qué
Cambises la hizo morir. Pero los Egipcios lo refieren de otro modo:
sentados a la mesa Cambises y su mujer, iba ésta quitando una a una
las hojas a una lechuga: preguntándole después a su marido cómo le
parecía mejor la lechuga, desnuda como estaba, o vestida de hojas
como antes, y respondiéndole Cambises que mejor le parecía vestida:
-«Pues tú, le replica su hermana, has hecho con la casa de Cyro lo que
a tu vista acabo de hacer con esta lechuga, dejándola desnuda y despo-
jada.» Enfurecido Cambises, dióle allí de coces, y subiéndosele sobre
el vientre, hizo que abortara y que de resultas del aborto muriera.
XXXIII. A tales excesos de inhumano furor e impía locura contra
los suyos se dejó arrebatar Cambises, ora fuese efecto de la venganza
de Apis, ora de algún otro principio, pues que entre los hombres suelen
ser muchas las desventuras y varias las causas de donde dimanan. No
tribunales que Jenofonte nos pinta en su Ciropedia, menos según la realidad
que según lo que debía ser.
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Los nueve libros de la historia donde los libros son gratis
tiene duda que se dice de Cambises haber padecido desde el vientre de
su madre la grande enfermedad de gota coral, a quien llaman algunos
morbo sagrado: ¿qué mucho fuera, pues, que de resultas de tan grande
enfermedad corporal hubiera padecido su fantasía y trastornádose su
razón?
XXXIV. Además de sus deudos, enfurecióse también contra los
demás Persas el insano Cambises, según harto lo manifiesta lo que,
como dicen, sucedió con Prejaspes, su íntimo privado, introductor de
los recados, mayordomo de sala, cuyo hijo era su copero mayor, em-
pleo de no poca estima en palacio. Hablóle, pues, Cambises en esta
forma: -«Dime, Prejaspes: ¿qué concepto tienen formado de mí los
Persas? ¿con qué ojos me miran? ¿qué dicen de mí? -Grandes son,
señor, respondió Prejaspes, los elogios que de vos hacen los Persas; [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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