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las cuestiones sexuales se discuten libremente, y se habla del kémmer con respeto, pero
también con gusto, y sin embargo son reticentes cuando se trata de una perversión; al
menos, eran reticentes conmigo. La prolongación excesiva del período de kémmer,
acompañada por un desequilibrio hormonal permanente hacia lo masculino o lo
femenino, provoca lo que ellos llaman perversión; no es extremadamente rara: tres o
cuatro por ciento de los adultos pueden ser perversos o anormales psicológicos;
normales, de acuerdo con nuestros hábitos. No se los excluye de la sociedad, pero son
tolerados con cierto desdén, como los homosexuales en muchas sociedades bisexuales.
El término popular para ellos en karhidi es muertos-vivos. Son todos estériles.
El perverso del grupo, luego de echarme aquella rara y larga mirada, ya no reparó en
nadie excepto en la criatura más próxima, el kémmerer, cuya creciente actividad sexual
se desarrollaría todavía más, hasta alcanzar al fin una plena capacidad sexual femenina,
sostenida por el poder masculino excesivo y constante del perverso. El perverso no
dejaba de hablar en voz baja, inclinándose hacia el kémmerer, que le respondía apenas y
parecía rechazarlo. Ninguno de los otros hablaba desde hacía un tiempo, no había otro
sonido que el susurro constante del perverso. Faxe observaba a uno de los zanis. El
perverso puso de pronto una mano delicada sobre la mano del kémmerer. El kémmerer
evitó rápidamente el contacto, con miedo o disgusto, y miró a Faxe como pidiendo
auxilio. Faxe no se movió, el kémmerer se quedó en su sitio, quieto, cuando el perverso
lo tocó otra vez. Uno de los zanis alzó la cara y rió con una risa larga, falsa y alta.
Faxe alzó una mano. Los rostros de los demás se volvieron inmediatamente hacia él,
como si el tejedor hubiese recogido todas las miradas en una gavilla, en una madeja.
Habíamos entrado en la sala en las primeras horas de la tarde, bajo la lluvia. La luz
grisácea había muerto pronto en las ventanas-ranuras, bajo los aleros. Ahora unas cintas
de luz blanquecina se extendían como velámenes oblicuos y fantasmagóricos, triángulos
y formas oblongas, de la pared al piso, sobre las caras de los nueve profetas: fragmentos
opacos del resplandor de la luna, que se alzaba afuera, sobre el bosque. El fuego se
había apagado hacía tiempo, y no había otra luz que las líneas y rayas pálidas que se
consumían en el círculo, esbozando una cara, una mano, una espalda inmóvil. Durante
un rato vi el perfil rígido de Faxe como una piedra blanca en un difuso polvo luminoso.
La diagonal de la luz lunar subió hasta alcanzar un bulto negro, el kémmerer, la cabeza
caída entre las rodillas, las manos en el piso, el cuerpo sacudido por un continuo
temblor, repetido por el palmoteo de las manos del zani, que golpeaba en la oscuridad
del piso de piedra. Estaban conectados, todos ellos, como si fueran los puntos de
suspensión de una telaraña. Sentí, y no por mi voluntad, la conexión, la comunicación
que corría sin palabras, inarticulada, a través de Faxe, y que Faxe trataba de ordenar y
encauzar, pues él era el centro, el tejedor. La luz pálida se hizo trizas y murió en la
pared del este. La trama de fuerza, de tensión, de silencio creció todavía más.
Traté de evitar el contacto con aquellas mentes. Me desasosegaba la callada tensión
eléctrica, la impresión de que me arrastraban dentro de algo, convirtiéndome en un
punto o una figura de la estructura de la tela. Pero cuando yo alzaba una barrera era
peor; me sentía aislado y arrinconado en mi propia mente, abrumado por alucinaciones
visuales y táctiles, un torbellino de imágenes y nociones primitivas, visiones y
sensaciones directas todas de índole sexual y de una violencia grotesca, un caldero rojo
y negro de furia amorosa. Me encontraba en medio de abismos boqueantes de labios
irregulares, vaginas heridas, puertas del infierno. Perdí el equilibrio, me sentí caer... Si
no podía apartarme de este caos yo caería de veras, me volvería loco, y era imposible
apartarse. Las fuerzas empáticas y paraverbales que operaban entonces, inmensamente
poderosas y oscuras, tenían su origen en perversiones y frustraciones sexuales, en una [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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