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pues distingue las hierbas la simiente. 114
En la tierra que riegan Po y Adige, 115
valor y cortesía se encontraban,
antes de entrar en liza Federico. 117
Ahora puede cruzar sin miedo alguno
cualquiera que dejase, por vergüenza,
de acercarse a los buenos o de hablarlos. 120
Tres viejos hay aún con quien reprende
a la nueva la antigua edad, y tardo
Dios les parece en que con él les llame: 123
Corrado de Palazzo, el buen Gherardo, 124
y Guido de Castel, mejor llamado 125
el sencillo lombardo, a la francesa. 126
Puedes decir que la Iglesia de Roma,
por confundir en ella dos poderes
ella y su carga en el fango se ensucian.» 129
«Oh Marco mío dije- bien hablaste;
y ahora discierno por qué de la herencia
los hijos de Leví privados fueron. 132
Más qué Gherardo es ése que, por sabio,
dices, quedó de aquella raza extinta
corno reproche del siglo salvaje?» 135
«Me engañan tus palabras o me tientan,
-me respondió- pues, hablando toscano, 137
del buen Gherardo nunca hayas oído. 138
Por ningún otro nombre le conozco,
si de Gaya, su hija, no lo saco. 140
Quedad con Dios, pues más no os acompaño 141
Ved el albor, que irradia por el humo
ya clareando; debo retirarme
(allí está el ángel) antes que me vea.» 144
De este modo se fue y no quiso oírme.
CANTO XVII
Acuérdate, lector, si es que en los Alpes
te sorprendió la niebla, y no veías
sino como los topos por la piel, 3
cómo, cuando los húmedos y espesos
vapores se dispersan ya, la esfera
del sol por ellos entra débilmente; 6
y tu imaginación será ligera
en alcanzar a ver cómo de nuevo
contemplé el sol, que estaba ya en su ocaso. 9
Mis pasos a los fieles del maestro
emparejando, fuera de tal nube
salí a los rayos muertos ya en lo bajo. 12
Oh fantasía que le sacas tantas
veces de sí, que el hombre nada advierte,
aunque suenen en torno mil trompetas, 15
¿si no son los sentidos, quién te mueve?
Una luz que en cielo se conforma,
por sí o por el Querer que aquí la empuja. 18
De la impiedad de aquella que se hizo 19
el ave que en cantar más nos deleita,
a mi imaginación vino la huella; 21
y entonces tanto se encerró mi mente
en si misma, que nada le llegaba
del exterior que recibir pudiese. 24
Luego llovió en mi fantasía uno 25
crucificado, fiero y desdeñoso
en su apariencia, y así se moría; 27
alrededor estaba el gran Asuero,
Ester su esposa, Mardoqueo el justo,
tan íntegro en sus obras y palabras. 30
Y como se rompiera aquella imagen
por ella misma, igual que una burbuja
a la que falta el agua que la hizo, 33
surgió de mi visión una muchacha 34
llorando, y dijo: «Oh reina, ¿por qué airada
te quisiste matar? Ahora estás muerta 36
por no querer perder a tu Lavinia;
¡Y me has perdido! soy la que lamento
antes, madre, los tuyos, que otros males.» 39
Como se rompe el sueño de repente
cuando hiere en los ojos la luz nueva,
que aún antes de morir roto se agita; 42
así mi imaginar cayó por tierra
en cuanto que una luz hirió en mis ojos,
mucho mayor de la que se acostumbra. 45
Yo me volví para mirar qué fuese,
cuando una voz me dijo: «Aquí se sube», 47
que me apartó de otro cualquier intento; 48
y tan prestas las ganas se me hicieron
para mirar quién era el que me hablaba,
que no cejara hasta no contemplarlo. 51
Mas como al sol que ciega nuestra vista
y por sobrado vela su figura,
me faltaban así mis facultades. 54
«Es un divino espíritu que muestra
el camino de arriba sin pedirlo,
y él a sí mismo con su luz esconde. 57
Nos hace igual que un hombre hace consigo;
que quien se hace rogar, viendo un deseo,
su negativa con maldad prepara. 60
A tal invitación el paso unamos;
procuremos subir antes que venga
la noche y hasta el alba no se pueda.» 63
Así dijo mi guía, y yo con él
nos dirigimos hacia la escalera;
y cuando estuve en el primer peldaño, 66
sentí cerca de mí que un ala el rostro 67
me abanicaba y escuché: «Beati
pacifici, que están sin mala ira.» 69
Estaban ya tan altos los postreros 70
rayos de los que va detrás la noche,
que en torno aparecían las estrellas. 72
«¡Oh, por qué me abandonas, valor mío!»
-decía para mí, porque sentía
la fuerza de las piernas flaqueartne. 75
Ya donde más no subía llegamos
la escalera, y allí nos detuvimos,
como la nave que ha llegado al puerto. 78
Puse atención un poco, por si oía
alguna cosa en este nuevo círculo;
luego al maestro me volví y le dije: 81
«Mi dulce padre, dime, ¿qué pecado
se purga en este círculo? Si quedos
están los pies, no lo estén las palabras.» 84
Y él me dijo: «El amor del bien, escaso 85
de sus deberes, aquí se repara;
aquí se arregla el remo perezoso. 87
Y para que lo entiendas aún más claro,
vuelve hacia mí la mente, y sacarás
algún buen fruto de nuestra dernora.» 90
Ni el Creador ni la criatura, nunca
sin amor estuvieron -él me dijo-
o natural o de ánimo; ya sabes. 93
El natural no se equivoca nunca,
mas puede el otro equivocar su objeto,
porque el vigor o poco o mucho sea. 96
Mientras que se dirige al bien primero,
y en el segundo él mismo se controla,
no puede ser razón de mal deleite; 99
mas cuando al mal se tuerce, o con cuidado
más o menos al bien de lo que debe,
contra el Autor se vuelven sus acciones. 102
Entenderás por ello que el amor
es semilla de todas las virtudes
y de todos los actos condenables. 105
Ahora bien, como nunca de la dicha
de su sujeto amor la vista aparta,
del propio odio las cosas están libres; 108
y como dividido no se entiende, 109
ni por sí mismo, a nadie del Principio,
odiar a aquel ninguno puede hacerlo. 111
Resta, si bien divido, que se ama
el mal del prójimo; y que dicho amor
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