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se ha de perder, se ha de desvanecer en tanta altura con su misma pers-
picacia y agudeza". ¿Qué me habrá costado resistir esto? ¡Rara especie
de martirio donde yo era el mártir y me era el verdugo!
Pues por la --en mí dos veces infeliz-- habilidad de hacer versos,
aunque fuesen sagrados, ¿qué pesadumbres no me han dado o cuáles
no me han dejado de dar? Cierto, señora mía, que algunas veces me
pongo a considerar que el que se señala --o le señala Dios, que es quien
sólo lo puede hacer-- es recibido como enemigo común, porque parece
a algunos que usurpa los aplausos que ellos merecen o que hace estan-
que de las admiraciones a que aspiraban, y así le persiguen.
Aquella ley políticamente bárbara de Atenas, por la cual salía
desterrado de su república el que se señalaba en prendas y virtudes
porque no tiranizase con ellas la libertad pública, todavía dura, todavía
se observa en nuestros tiempos, aunque no hay ya aquel motivo de los
atenienses; pero hay otro, no menos eficaz aunque no tan bien fundado,
pues parece máxima del impío Maquiavelo: que es aborrecer al que se
señala porque desluce a otros. Así sucede y así sucedió siempre.
Y si no, ¿cuál fue la causa de aquel rabioso odio de los fariseos
contra Cristo, habiendo tantas razones para lo contrario? Porque si
miramos su presencia, ¿cuál prenda más amable que aquella divina
hermosura? ¿Cuál más poderosa para arrebatar los corazones? Si cual-
quiera belleza humana tiene jurisdicción sobre los albedríos y con
blanda y apetecida violencia los sabe sujetar, ¿qué haría aquélla con
tantas prerrogativas y dotes soberanos? ¿Qué haría, qué movería y qué
no haría y qué no movería aquella incomprensible beldad, por cuyo
hermoso rostro, como por un terso cristal, se estaban transparentando
los rayos de la Divinidad? ¿Qué no movería aquel semblante, que so-
bre incomparables perfecciones en lo humano, señalaba iluminaciones
de divino? Si el de Moisés, de sólo la conversación con Dios, era into-
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Sor Juana Inés de la Cruz donde los libros son gratis
lerable a la flaqueza de la vista humana, ¿qué sería el del mismo Dios
humanado? Pues si vamos a las demás prendas, ¿cuál más amable que
aquella celestial modestia, que aquella suavidad y blandura derraman-
do misericordias en todos sus movimientos, aquella profunda humildad
y mansedumbre, aquellas palabras de vida eterna y eterna sabiduría?
Pues ¿cómo es posible que esto no les arrebatara las almas, que no
fuesen enamorados y elevados tras él?
Dice la Santa Madre y madre mía Teresa, que después que vio la
hermosura de Cristo quedó libre de poderse inclinar a criatura alguna,
porque ninguna cosa veía que no fuese fealdad, comparada con aquella
hermosura. Pues ¿cómo en los hombres hizo tan contrarios efectos? Y
ya que como toscos y viles no tuvieran conocimiento ni estimación de
sus perfecciones, siquiera como interesables ¿no les moviera sus pro-
pias conveniencias y utilidades en tantos beneficios como les hacía,
sanando los enfermos, resucitando los muertos, curando los endemo-
niados? Pues ¿cómo no le amaban? ¡Ay Dios, que por eso mismo no le
amaban, por eso mismo le aborrecían! Así lo testificaron ellos mismos.
Júntanse en su concilio y dicen: Quid facimus, quia hic homo
multa signa facit? ¿Hay tal causa? Si dijeran: éste es un malhechor, un
transgresor de la ley, un alborotador que con engaños alborota el pue-
blo, mintieran, como mintieron cuando lo decían; pero eran causales
más congruentes a lo que solicitaban, que era quitarle la vida; mas dar
por causal que hace cosas señaladas, no parece de hombres doctos,
cuales eran los fariseos. Pues así es, que cuando se apasionan los hom-
bres doctos prorrumpen en semejantes inconsecuencias. En verdad que
sólo por eso salió determinado que Cristo muriese. Hombres, si es que
así se os puede llamar, siendo tan brutos, ¿por qué es esa tan cruel
determinación? No responden más sino que multa signa facit. ¡Válga-
me Dios, que el hacer cosas señaladas es causa para que uno muera!
Haciendo reclamo este multa signa facit a aquel: radix Iesse, qui stat in
signum populorum, y al otro: in signum cui contradicetur. ¿Por signo? [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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